La vendedora de billetes de lotería tiene el cabello gris y le faltan dientes. No siente miedo de la peste que merodea buscando víctimas para devorar. Recorre las calles de la villa como el viento de invierno que sisea entre las construcciones de ladrillo y chapa. Ella también silba cuando pasa, para que la gente sepa que la suerte se acerca y cambiará la vida del que no la deje escapar.
Tiene los pasos cansados pero seguros, al silbido le falta aliento, pero todavía se lo escucha a dos manzanas de distancia. Es evidente que toda su vida ha vendido la suerte, que probablemente no ha hecho otra cosa desde que vino al mundo.
Sabe dónde pescar a sus clientes, incluso ahora que la cuarentena los ha encerrado en sus casas. Pero no lo suficiente para que resulten inalcanzables. Ella sabe cómo hacer, es una mujer de mucha experiencia y muchos recursos. La vendedora de billetes de lotería los espera cuando salen a comprar. Se instala cerca de algún almacén, deambula por el estacionamiento de algún supermercado. ¡Todos tienen que comer!, piensa. Espera en la esquina de una farmacia. ¡Todos tienen algún achaque!, calcula con inteligencia. Recorre la fila de los que esperan su turno hacia adelante y hacia atrás como una filarmónica, desgranando la misma letanía de siempre, como vendedora experimentada que sabe colocar su mercancía.
“Hoy es un buen día” susurra con gesto cómplice, “el 17 no sale desde hace tres semanas y caerá en la red”.
Mira a sus clientes directo a los ojos. No hay timidez en su mirada. Sabe lo que necesitan más que ellos mismos. No solo de pan vive el hombre. No solo medicinas necesita el cuerpo. Ella les ofrece la suerte agitando delante de sus ojos un tesoro de números de colores brillantes. La lotería, parece que dijera, no engaña, si saben atraparla cuando pasa. Le toca al que tiene que tocarle, como la peste que va de aquí para allá y nadie sabe dónde se queda.
Hace tres días llamó a la puerta de Aníbal el zapatero. Todavía estaba vivito y coleando la última vez que lo vio, hace unos días. Habló con él de una cosa y otra, como hace una buena vendedora de billetes de lotería, pero su sangre mitad española y mitad argentina no lo salvó. La peste llegó al taller del zapatero después que ella, y junto con la suerte, le arrancó la vida.
La vendedora de billetes de lotería nunca se desalienta. Ella vende y compra la suerte a su manera. Como si este fuera un tiempo como cualquier otro, cuando tentar la fortuna sigue siendo lo más sensato que uno puede hacer. (Alver Metalli- Foto de Marcelo Pascual)