Publicamos a continuación el capítulo introductorio de Tierra prometida titulado “El primer impulso”. El libro reconstruye una década intensa de vínculos entre el catolicismo italiano y el rioplatense en la que aparecen personajes, publicaciones, amistades y los grandes acontecimientos políticos y eclesiales latinoamericanos que acompañan el nacimiento de Comunión y Liberación en el Nuevo Mundo. Está dedicado, precisamente, “A todos los amigos que se recuerdan en sus páginas, y también aquellos que ya no están”. Tierra prometida ha sido publicado en Argentina por Editorial Biblos. Se puede conseguir también en formato digital.
***
(Alver Metalli) “Tierra prometida” es la historia de una corriente de amistades que traza un surco en la historia más amplia de los hombres de nuestro tiempo. Como toda historia particular, se desarrolla en un tiempo y un espacio determinados, en nuestro caso en Italia y América del Sur, entre 1973 y 1984.
El centro de esta historia es un hombre.
Tiempo, espacio y hombre se irán esclareciendo a medida que avanza la lectura de estas páginas, cuya progresión está marcada por los ritmos propios de una amistad que se va expandiendo, en una época en que las comunicaciones no ofrecían las sofisticadas posibilidades de hoy. En aquellos años los viajes largos se hacían en avión o en barco y los más cortos en coche u ómnibus. Los mensajes se redactaban con máquinas de escribir y ocasionalmente se usaba el teléfono, cuyos costos no estaban al alcance de todos. De eso tratan estas páginas, de las relaciones entre personas que vivían en lugares distantes y que se fueron definiendo y profundizando gracias a la linfa vital que a partir de un determinado momento comenzó a fluir por sus ganglios más recónditos.
Llegados a este punto, creo que debería hablar sobre las razones que me llevaron a emprender este proyecto. El motivo principal que da origen al libro es un sentimiento de profunda gratitud hacia la persona que es el centro de esta historia de amigos en perenne movimiento. El segundo motivo son esos mismos amigos. Los que todavía viven y los que ya no están. Tanto unos como otros merecen que su recuerdo se conserve a través del tiempo.
El agradecimiento y los recuerdos me llevaron frente a la computadora donde, por otra parte, suelo pasar mucho tiempo debido a mi trabajo. Pero en este caso fue diferente. No había ninguna presión profesional que me obligara a escribir o que marcara los tiempos posteriores de publicación. Pude disfrutar de una inesperada libertad. Me senté frente a la notebook encendida, abrí el documento de Word y me quedé allí una buena media hora mirando la página en blanco mientras el cursor titilaba. El polvillo de los recuerdos comenzó entonces a removerse en el fondo de mi memoria donde estaba asentado, formando una especie de emulsión.
Tuve que prender y apagar muchas veces la computadora antes de que la nebulosa se asentara, decantando rostros, imágenes y circunstancias. A partir de ese momento ya no pude dar marcha atrás y –para seguir con la metáfora – empecé a tomar el extremo de algunos hilos de esa urdimbre y a tirar de ellos hacia la superficie. Detrás, aferrados como moluscos a la cadena de un ancla, comenzaron a asomar otros y otros más. Rostros antiguos y más recientes, circunstancias, lugares y momentos de personas, incluso sabores, olores y sonidos relacionados con hechos que en realidad nunca se olvidaron. Las cosas importantes de la vida tienen sus propias leyes, no desaparecen, sino que siguen influyendo en formas y tiempos misteriosos en un eterno presente.
El paso siguiente fue buscar direcciones de correo electrónico, números telefónicos y WhatsApp de personas de las que tenía noticias esporádicas y otras de las que ni siquiera sabía si estaban vivas o habían fallecido, o si habían sobrevivido a la pandemia que arrasó el mundo y a la que sucedió una guerra igualmente devastadora en el corazón de Europa. Y después, empezar a escribir mails, llamar por teléfono y dejar mensajes en Facebook.
Estaban casi todas vivas, por suerte para mí y de los que se dejen involucrar por estas páginas
Algunas de ellas no ocultaron su sorpresa cuando les expliqué la razón por la cual me ponía en contacto después de tanto tiempo. Medio siglo en algunos casos. A todos los amigos que había vuelto a encontrar les pedí que recordaran circunstancias compartidas, hechos ocurridos, palabras dichas y escuchadas, que recordaran los por qué, cómo y cuándo que iluminaran la trama que el tiempo ha ido difuminando, pero no ha borrado. A medida que avanzaba por este camino, el cursor de la computadora también se movía al ritmo de los hechos que volvían a la vida y adquirían el aspecto ordenado de un tejido. Más aún, de un boca a boca, de una corriente que se abría paso dentro del flujo más amplio de la historia con H mayúscula, algo así como un arroyo arenoso que desemboca en las aguas de un lago y durante un buen trecho las tiñe con diferentes matices antes de desaparecer.
Con mucha generosidad casi todos los interpelados excavaron en sus recuerdos aportando cada uno de ellos una o más piezas del mosaico que se iba formando. Desde Italia, desde Argentina, desde Uruguay, Venezuela, Brasil o Chile se puso en marcha una cadena de complicidades y de simpatías, de amistades revividas, como en tiempos pasados. Hubo muchos, muchísimos aportes escritos, referencias a textos publicados o inéditos y cartas rescatadas, por así decirlo, de viejos baúles, junto con antiguas fotos amarillentas; innumerables mails y WhatsApp que viajaban de una orilla a otra del océano con una facilidad impensable en otros tiempos, desafiando la lentitud de las comunicaciones de la época en que nos habíamos conocido pero que aun así no impidió que ocurriera lo que vamos a contar.
Y a medida que los recuerdos traían a la superficie otros recuerdos, una lenta caravana de episodios pasaba ante los ojos de la memoria. Las páginas de la computadora se llenaban. Los límites temporales se desplazaban hacia adelante y hacia atrás, los confines geográficos de la investigación inicial se fueron resquebrajando, la intención inicial de escribir algo limitado se iba deshilachando cada vez más. El artículo original adquirió las dimensiones de un libro que al terminar releo con sorpresa y admiración por la sabiduría con la que el destino, se crea o no en su finalidad consciente, fue guiando las cosas. Sin olvidar en ningún momento que una reconstrucción histórica es irremediablemente parcial. Siempre hay algo que escapa al intento de ordenar, al esfuerzo de desenterrar los recuerdos, al trabajo de sistematizar las relaciones. Es bueno ser consciente de ello para no caer en la presunción de pensar, y decir, que no queda nada por escribir o investigar sobre los años que constituyen el objeto de este relato. Por muy cuidadosa que sea una reconstrucción, cuando ya está puesta en el papel uno se da cuenta de que necesita ampliaciones, detalles, otras manos que completen los vacíos, otras voluntades que la continúen más allá de los límites y el epílogo que se hayan establecido.
Bienvenidas sean las aclaraciones, las correcciones y los agregados. Otros, si así lo desean, podrán también extender el período de tiempo que se ha considerado y ampliarlo hacia otras geografías que aquí apenas se mencionan. Pero ha llegado el momento de comenzar por el hilo más antiguo, por el rastro más remoto en el tiempo. Vayamos a la Argentina de los años ‘70, a un lugar de la pampa a 350 kilómetros de Buenos Aires…