El cuento que publicamos procede de la colección Cuentos periféricos publicada en español por la editorial Biblos. Parte de los cuentos también fueron publicados en italiano por la editorial Marietti bajo el título Il venditore di rubinetti en la serie I Rèfoli. Los cuentos fueron escritos por el autor en distintos países latinoamericanos y en diferentes épocas. El que ahora se publica – en la traducción de Inés Giménez Pecci – fue escrito en México en 2001. Todos ellos se caracterizan por la atmósfera de misterio y el epílogo repentino.
***
(Alver Metalli) No es fácil calcular su edad, pero si tuviera que hacerlo, diría que tiene entre cuarenta y siete y cincuenta años. Además, siempre está bien vestido, no recuerdo haberlo visto nunca desarreglado, y es de porte refinado, con una distinción… cómo diría… equilibrada, que no llama la atención, pero tampoco es insulsa. Podría hablar de un señorío en el límite entre el elegante-estudiado y el elegante-natural, lo mismo que la casa donde vive, en el límite entre dos barrios muy distintos…
…Ah, gracias por el cumplido. En el colegio tenemos una materia que se llama Oratoria, y eso me ayuda mucho a expresarme…
…Créame, su casa es la de una persona bien, en un manzano de gente bien, donde todas las propiedades están separadas por cercos altos y cuidados, y elegantes portones de hierro. La suya está pintada de amarillo, de un amarillo maduro color banana; el techo, en cambio, es gris, un cenizo oscuro que se confunde con el cielo cuando las nubes cruzan las montañas y se mezclan con el aire contaminado de Ciudad de México. A la entrada de su casa hay una fuente con cinco niveles; las copas parecen conchillas abiertas hacia el cielo. El agua cae desde lo alto y cuando llena la primera copa, la más pequeña, se desborda hacia la siguiente, un poco más ancha y así hasta la llenar la copa más grande, donde flotan las manchas verdes del musgo acuático. La fuente es el punto de encuentro de los pajaritos de la zona: vireos, reyezuelos, saltadores de cabeza negra, chipes y zanates, los más prepotentes. Siempre están parados sobre el borde de la fuente y se bañan en la copa más pequeña, donde el agua es menos profunda y cae desde lo alto pulverizándose en una nube de rocío. Cada tanto llegan también los hormigueros, esos que comen hormigas y, más raramente, los atlapetes, que se reconocen por un silbido agudo muy característico…
…No, señor, no sabría decirle con exactitud cuándo llegó. El momento en que lo noté no coincide con su aparición en el barrio. Puede ser que estuviera allí desde hace meses o desde el día anterior al que comencé a observarlo con mayor atención, ¡quién sabe! De los otros vecinos de mi casa no sabría decirle; en los barrios de gente bien no se socializa mucho. Mi profesor de historia dice que los ricos no tienen una verdadera casa, una verdadera familia. Él piensa que tienen un mundo privado en un lugar distinto de aquel donde residen. Pero ese no es mi caso. Yo tengo todo aquí, donde vivo y donde resido, en mi barrio…
… ¿Quiere saber cuándo vi al extranjero por primera vez? No hay problema ¡lo recuerdo muy bien! Acababan de empezar las clases y entonces salía de mi casa entre las 7.15 y las 7.30, para llegar al colegio a las 8. Unos minutos antes de las siete, mientras tomo el desayuno, el repartidor de diarios del barrio arroja un ejemplar por encima del portón de la casa de al lado. Nosotros, mi familia quiero decir, no estamos abonados a ningún diario, por eso el encargado de repartirlos no se detiene delante de nuestro portón. Pero yo escucho cuando llega con la motoneta, baja la velocidad y lanza el periódico hacia la entrada de mi vecino. Cuando llueve y el piso está mojado, el repartidor pone el diario dentro de una bolsa de plástico; entonces el ruido que hace al caer es más fuerte. ¡Vaya a saber por qué no lo introduce entre los barrotes de la reja! No, lo arroja por encima del portón, y como es alto, el diario siempre hace ruido contra las baldosas de la entrada, como si explotara una bolsa de papel. ¡Nunca entendí por qué lanza el diario de esa manera! Siempre pienso preguntárselo, pero nunca lo hice. Si a usted le interesa, le prometo que mañana a la mañana se lo pregunto y lo llamo por teléfono para decirle qué me respondió…
No, no es ninguna molestia, no se preocupe… Sí, entonces sigo. Le decía del periódico: tanto si llueve como si el tiempo es bueno, generalmente el lanzamiento se produce alrededor de las siete, minutos más, minutos menos. Un cuarto de hora después mi vecino sale a recogerlo y lo entra en su casa. A veces, muy raramente, me encuentro con él cuando lo levanta…
…Sí, señor, dije que me encuentro, es correcto. Los primeros tiempos era así; antes de que lo notara realmente me cruzaba con él cuando salía de casa para ir al colegio. Pero después, a partir de un determinado momento, lo noté de manera diferente, o quizás simplemente lo noté…
… ¿Qué quiero decir con notarlo de manera diferente?… Digamos que lo miré, o que lo vi por primera vez como algo distinto del mundo de todos los días; no sabría explicarlo mejor, sabe, recién estoy en primer año de Oratoria…
…No, no podría decir cuál fue el momento exacto, señor, porque no lo anoté en ningún lado, pero recuerdo bien que a partir de un determinado momento encontrarme con él ya no fue una casualidad. Lo esperaba, esperaba verlo: en el desayuno me preguntaba dónde se encontraría, qué estaría haciendo en ese momento. Lo imaginaba sentado a la mesa de la cocina comiendo lo que comen en su país, cosas raras tal vez, o parecidas a las nuestras: huevos, frijoles, tortillas, fruta, vaya a saber. Verlo se convirtió en una necesidad, me hacía sentir bien. Pensaba que me traía suerte, que ese día, si lo había visto, tendría… cómo puedo decirlo… un curso favorable…
… ¿A qué me refiero exactamente? Si me encontraba con él había buenas posibilidades de que todo anduviera bien; de lo contrario, algo saldría mal. Piense que el día de la prueba de matemática lo encontré en la puerta cuando salía de casa y el profesor, en el colegio, me preguntó lo único que yo sabía: la raíz cuadrada. Otro día que lo vi, aposté por el Pachuca en un partido que ya estaba perdido, todos le daban 7 a 1, ¡y ganó el Pachuca! Mi mamá dice que son tonterías, que las cosas salen como tienen que salir. Pero yo no creo que sea así. ¿Usted qué piensa?…
… ¿Que su opinión no cuenta? Mi madre dice que todas las opiniones son importantes… Sí, continúo, por supuesto. De pronto, un día el periódico ya no fue el mismo, ese que tiene la portada verde, sino uno diferente, con un nombre más largo y apretado, escrito en violeta. En ese momento no lo reconocí porque la posición en la que había caído no me permitía verlo bien. Al día siguiente salí de casa apenas lo arrojaron. No bien escuché el ruido abrí la puerta para verlo, antes de que saliera a recogerlo. Era El Universal…
… ¿Por qué cambió de diario? Yo también me lo pregunté, no crea. Qué diferencia hay entre los dos… qué no le gustaba del primero… qué prefiere del segundo… todas esas preguntas me vinieron a la cabeza. Entonces le pregunté a mi padre. Por supuesto sin hacer referencia al vecino, como si se tratara de un tema del colegio. A pesar de todo, se asombró muchísimo de que yo me interesara en los periódicos. Me contestó que Reforma está más cerca de las posiciones del gobierno actual, y que el segundo, El Universal, refleja más bien las ideas de quienes lo critican. ¿A usted le parece que es así? ¿No es un tema que resulte útil discutir en este momento? Como prefiera. Entonces sigo…
… ¿Será que mi vecino había cambiado sus opiniones políticas? Me pareció una buena explicación y según lo que había entendido, llegué a la conclusión de que prefería leer las críticas contra el gobierno más que los elogios. Recién al final de las explicaciones, mi padre agregó que El Universal trata con mayor amplitud los temas relacionados con la religión católica y la iglesia mexicana que Reforma. Lo dijo mi padre, yo se lo repito. No entiendo mucho de esas cosas.
Entonces pensé que ese debía ser el motivo del cambio. Bueno, en mi casa no es que sean muy religiosos. Mi padre y las personas que visitan a mi familia no tienen una buena opinión de los sacerdotes. Y ahora que hay todos esos casos de pedofilia mucho menos. Pero los critican porque siempre se entrometen donde no deberían. Mi padre los critica más que los otros. Cuando ve a un sacerdote en la televisión y está hablando sobre un tema político, mi padre siempre se pone nervioso. ¡Y al papa de la Argentina no lo puede ni ver!…
… Sí, ahora continúo, discúlpeme, me dejo llevar por los detalles, mi profesor de Oratoria dice lo mismo. El diario… cambió el diario, como le dije. Cualquiera sea la razón, mi vecino cambió de periódico, pero no de costumbres. Sigue saliendo a la puerta todas las mañanas entre las 7.15 y las 7.30. O casi todas. Porque a veces se va de viaje. Entonces el diario lo recoge la criada, una señora gorda que llega todos los días cerca de las nueve y se va a las cuatro de la tarde. Se pasa todo el tiempo en la puerta o en la calle delante de la casa hablando con Lupita… ¿Lupita? Lupita es la criada de mi casa, una señorita que viene de un pueblo que está al sur de Ciudad de México, un poco retrasada, si le soy sincero señor comisario…
… Le estaba hablando de la correspondencia, sí. Cuando él no está la correspondencia se acumula en la casilla. ¡Debería ver cuánta le llega! ¡Muchísima! Yo puedo ver muy bien la casilla desde el portón de mi casa. Es grande, y a pesar de eso se llena en poco tiempo. Muchas cartas llegan del exterior, me di cuenta porque tenían estampillas raras, con flores, con ciudades, con monumentos, con caras. También era evidente que tenía muchas relaciones por las visitas que recibía. Tenía un número extraordinario de conocidos. ¿Será posible que tuviera tantos amigos? ¿Sabe?, yo no tengo ninguno… ¿Por qué? No lo sé realmente. Al cabo de un tiempo desaparecen, así, sin decir nada se van de un día para otro. Mi mamá dice que me vuelvo asfixiante; quiero saber todo, no tengo discreción… Yo no me doy cuenta; creo que mi mamá exagera. También dice que al cabo de un tiempo asusto a mis amigos; pero yo no creo, ¿de qué se asustan? Pero quizás ella se lo puede explicar mejor…
… Vuelvo al tema, sí. Hubo algo que realmente no esperaba, algo que me dejó atónito. Lo descubrí durante las vacaciones de Navidad. Ya he dicho que yo vivo en un barrio de ricos. Tal vez por eso hay una pequeña iglesia, en una callecita empedrada un poco tosca, pero de todos modos las piedras son más bonitas que el asfalto. La iglesia es muy sencilla, dedicada al Sagrado Corazón de Jesús, claramente por debajo del nivel del barrio. Tiene el techo a dos aguas como algunas casas de Europa que vi en un libro de geografía. Conozco al párroco porque el 23 de julio son las fiestas patronales. Durante tres días disparan petardos a toda hora, empezando a las seis de la mañana. Mi papá no los soporta. Pero la campana tampoco es un chiste; es pequeña y tiene un sonido muy, muy fastidioso… ¿Lo que descubrí? Bueno.
Faltaban pocos minutos para las siete de la tarde. Estaba cruzando el parque cuando vi con claridad a mi vecino que entraba en la iglesia. Pensé que quizás necesitaba algo. Pensé que habría recibido una mala noticia de su país y quería que el sacerdote dijera misas. Para estar seguro, esperé que saliera. Y salió, pero cuarenta y un minutos después, cuando terminó la misa, antes que una docena de viejas, de esas que están encerradas en su casa y salen una vez al día para ir a misa. ¡Era realmente católico! Por eso cambió de periódico, pensé. ¡Pero no era un cura!
Lo que había descubierto me dejó con ganas de saber más. Todas esas revistas, todos esos amigos, ¡y también iba a la iglesia todas las semanas! Con el paso del tiempo me enteré de otras cosas. Casi todas eran cosas que estaban de acuerdo con su personalidad, con la manera como se comportaba, con ciertas rarezas como eso de ir a misa. Por ejemplo, que era periodista. Me di cuenta por una revista, por casualidad. Ya no recuerdo como se llama. El hecho es que había un artículo suyo, de eso sí me acuerdo: hablaba sobre la frontera con Estados Unidos, sobre lo que ocurre en ese lugar, sobre los centroamericanos que intentan cruzarla sin documentos…
…No, no lo hacía a menudo. Sacaba una revista cada tanto, cuando veía que en la casilla de la correspondencia había muchas. No hubiera podido darse cuenta. Y también alguna carta. Me servía para conocer sus pensamientos, los secretos, esos que uno les cuenta a los amigos por carta. El hecho de que fuera periodista, como había descubierto, explicaba sus viajes imprevistos y también esa necesidad de leer el diario temprano todas las mañanas. También me enteré que era italiano. Eso lo deduje por las revistas que le llegaban, la mayoría era en italiano. Yo sé italiano, ¿sabe? No muy bien, pero puedo leerlo. Lo estudié en el colegio, en vez de inglés. A mis padres les encanta Italia; lo único que no soportan es el Vaticano. Y ese papa de Argentina, como ya le dije…
… Le decía de las cartas; eran más interesantes que las revistas. Hubo una que le habían mandado de Roma, la capital de Italia. No estaba escrito el nombre ni la dirección del que la enviaba, y la firma era un garabato; no pude descifrarla. Hablaba de un niño llamado Govindo. Un niño adoptado, por lo que pude entender. Adoptado y además con problemas. A lo mejor era discapacitado, a lo mejor iba a morir, o las dos cosas juntas, no sé. El que escribía la carta contaba que le habían descubierto una enfermedad con un nombre raro y que tenía pocos años de vida.
¿Qué podía responder a una carta como esa? ¿Qué? Me hubiera gustado saberlo; hubiera dado cualquier cosa por saberlo. Pero no había forma. Las cartas que le llegaban las podía leer, pero las que él escribía, no. No las ponía en la casilla de la correspondencia, por supuesto; ¡las llevaba al correo! Pero algo podía saber con el tiempo, si la persona a quien le había escrito le respondía. Entonces había algunos párrafos que hablaban de lo que había dicho él o que respondían a otras cosas que él había escrito antes. ¿Sabe lo que contestó a esa carta del niño discapacitado? Que hacer que viviera feliz, aunque sea un año más, valía la pena el sacrificio. Eso dijo…
Un día, un sábado, decidí seguirlo. No me gusta decirlo, pero la palabra exacta es otra: lo espié; lo espié con una curiosidad que no podía controlar. Mi mamá siempre me dice que no se espía a las personas, pero no me arrepentí de haberlo hecho. Ese día me desperté antes que de costumbre, porque tenía miedo de que el extranjero saliera de su casa poco después de recoger su periódico, como había ocurrido algunas veces. Me escondí en la esquina y lo esperé. A unos cien metros de la casa, cuando termina el empedrado, empiezan los terrenos de la Universidad Nacional de México. ¡Y fue allí, a la Universidad!
¿No le bastaba con todos los amigos que tenía? ¿Para qué quería más? Esa vez no pude seguirlo; no tenía el carné universitario para entrar en el campus. Entonces decidí que lo seguiría otra vez apenas tuviera la oportunidad. No tuve que esperar mucho, fue tres días después.
Me oculté a la misma hora y en el mismo lugar, para ver cuando salía de su casa. La puerta no se abría, el diario estaba en la entrada. El tiempo pasaba, a las ocho el extranjero todavía no había salido a recogerlo. Supuse que quería dormir más que de costumbre; entonces seguí esperando. Pero no salía. Puede que no se haya sentido bien anoche, pensé. A las ocho y veinte el periódico aún estaba delante de la puerta. Quizás había salido de viaje. Quizás se había despertado temprano, antes de que repartieran los periódicos, y se había ido. Sin duda debía haber ocurrido eso: había salido de viaje y yo no lo había visto. ¡Qué desilusión! Pero no podía quedarme únicamente con lo que conocía de él. Había demasiadas cosas que no encajaban. No encontraba la manera de relacionarlas, lo que las mantenía unidas, ¿comprende?
Esperé hasta las cuatro de la tarde que se fuera la criada gorda. Cuando salió Lupita para hablar con sus amigas, me descolgué por la ventana del baño hasta el techo de la cochera. Por allí crucé un alambrado y salté al patio de la otra casa, el que está atrás. Era la primera vez que lo veía. Había una hiedra con las hojas muy muy pequeñas, bien pegada a la pared medianera; un laurel torcido, macetas con plantas grasas bastante caras y otras con plantas de hojas filosas. Dos loritos colgaban con la cabeza para abajo en una jaula redonda; un poco más lejos había otra jaula, rectangular, con una pareja de canarios amarillos que estaban inmóviles, uno inflando las plumas como una pelota y el otro con la cabeza debajo del ala. También había una fuente con muchos pececitos rojos.
Estaba un poco preocupado, si le soy sincero. Lo que iba a encontrar en esa casa podía ser una desilusión. Hubiera lamentado descubrir que no era como yo lo imaginaba y eso, me doy cuenta ahora, mientras le estoy contando, me estaba poniendo un poco nervioso. Pero tenía que saber más, tenía que encontrar la respuesta a esa especie de enigma que había en aquel extranjero.
Entonces entré.
En el vestíbulo había una mesita de madera laqueada con algunos objetos de piedra colocados en orden: una pirámide azteca de pequeñas dimensiones, la estatua de un guerrero ocelote y una piedra negra con estrías rojas en forma de puñal. Era hermosísima. Calzaba perfectamente en el hueco de la mano. Era más liviana de lo que había pensado, lisa como el vidrio. ¡Estaba muy afilada! En seguida comprendí que era una de esas que usaban mis antepasados para hacer sacrificios humanos. ¡Qué objeto fantástico! No me asombra que lo tuviera alguien como él.
Me asomé a la sala. Al frente había una biblioteca llena de libros que ocupaba toda la pared. A mis espaldas había un hogar para encender con leña y arriba estaba una foto de él con otro hombre, mayor, un sacerdote creo, los dos en la terraza de un aeropuerto, pero no sabría decirle cuál. Me asusté cuando el reloj de péndulo tocó la media hora. Pero me asusté más cuando lo vi.
Estaba allí. Sentado. En un sillón verde. ¡Entonces no había salido de viaje! Se dio vuelta de golpe. Pero no estaba asustado…
… ¿Cómo? ¿Por qué lo ataqué con el puñal de piedra? Yo no lo hice, no, tiene que creerme, yo no fui… yo lo admiraba…