(Alver Metalli) La nueva presidencia de Lula en Brasil da un nuevo impulso a la perspectiva de integración sudamericana que se estancó durante los años de la presidencia de Bolsonaro. Lula está convencido de que Brasil y Argentina son el pulmón vital para el camino de la integración y un futuro de unidad para todo el continente. Es una visión que ha ocupado mucho al pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, y que ha reiterado con clarividencia en la conversación que proponemos.
Publicamos a continuación un fragmento del capítulo “El mosaico se compone” en: Methol Ferré-Metalli, El Papa y el Filósofo, Editorial Biblos, 2014.
De la globalización a la integración; o mejor, en la globalización, la integración. De hecho, al observar la historia reciente de América Latina, éstos se perciben como dos movimientos estrechamente unidos, dos diferentes dinámicas que se proyectan hacia el futuro de manera sincrónica.
Es más preciso hablar de un movimiento de unificación, que comienza a dar los primeros pasos después de la fragmentación posterior a los procesos de independencia nacionales de los que hemos hablado.
América Latina se reúne en torno a dos núcleos: el imperio español, con sus virreinatos y capitanías, y el imperio portugués con su virreinato, luego reino del Brasil junto a Portugal. La independencia coincide con la subdivisión de la parte española -que comienza a fraccionarse ya en el acto de formular los reclamos emancipadores, hasta conformar los veinte países que hoy conocemos- cuyos fragmentos más importantes son: México en el norte y la Argentina y Colombia en el sur del continente.
Un elemento característico de este proceso de fragmentación es la formación de lo que el chileno Pedro Morandé llamó la “polis oligárquica” (Cultura y modernización en América Latina, 1984) es decir los “estados-ciudad” que ejercían el control de los enormes hinterland, generalmente poco habitados y con mínima intercomunicación en su interior. Estas polis estaban estrechamente vinculadas a un centro externo (el Imperio Británico en el caso de América del Sur, hacia el que comenzó a acumular una deuda externa formidable) mientras que, en cambio, no estaban o estaban muy poco comunicadas entre ellas.
Por lo tanto, si Castilla y Portugal están en el origen de la América Latina moderna, en los orígenes de la América Latina independiente está Gran Bretaña en lo económico y, en el terreno cultural, Francia. Sintetizando mucho, diría que el modelo-base al que se refieren y del que obtienen inspiración nuestras jóvenes naciones independientes al asentarse es la Tercera República francesa. Eso, en el último tercio del siglo XIX.
En este contexto, caracterizado por una condición general de fragmentación de nuestros países, en algunos de ellos comienza a germinar un pensamiento que en un primer momento tiende a imitar la forma de los estados-nación que se habían consolidado en Europa. Pero si bien en la primera mitad del siglo XX la idea de estado-nación alcanza su apogeo, en la segunda comienza a modificarse y aparece en el horizonte la idea inédita de una América Latina integrada. Hasta que se forma el núcleo fundamental de la unificación de América del Sur, que a mi juicio podía lograrse sólo en la alianza argentino-brasileña. Esta alianza puso en marcha la actual proliferación de acuerdos en la región, que comenzó en 1991.
Hasta este momento se refirió a la globalización en términos positivos, como un proceso de perfeccionamiento de las antiguas ecúmenes; positivo para las sociedades latinoamericanas y positivo para la Iglesia, intrínsecamente globalizadora. Sin embargo, ahora está hablando de bloques de integración regional. ¿No se contradicen estos dos movimientos, globalización e integración?
No, porque la integración es el único modo de participar en la globalización, el único para poder entrar verdaderamente en el concierto mundial de las potencias contemporáneas sin quedar aplastados.
Me parece entender que la lógica de su discurso desemboca en el proceso de integración entre Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay: el Mercado Común del Sur, MERCOSUR.
Pero el punto de inflexión es anterior. La idea de integración está en el programa de varios partidos desde Haya de la Torre en adelante. A partir de allí deja de ser una cuestión fundamentalmente juvenil, algo utópica, y toma connotaciones de un proyecto político efectivo.
Juan Domingo Perón, en 1951, propondrá a Getulio Vargas y a Carlos Ibáñez del Campo un nuevo ABC (son las iniciales de los tres países involucrados: Argentina-Brasil-Chile) concebido como un trampolín hacia los “Estados Unidos de América del Sur” como lo llamaba el presidente argentino. El núcleo de aglutinamiento de América del Sur, en el razonamiento de Perón, era la alianza entre Argentina y Brasil. Alrededor de este núcleo fundamental podría realizarse la confluencia del conjunto.
Con estos rasgos se prefigura el actual MERCOSUR.
Un hecho de alcance histórico dice usted.
El nacimiento del MERCOSUR es una novedad en la historia del continente, más de lo que imaginaron los mismos actores que lo constituyeron en su momento. El Mercado Común del Sur representa el movimiento inverso al proceso de fragmentación al que me he referido.
Si se observa el mapa, se ve rápidamente que en la inmensa y dispersa América del Sur, la única frontera viva entre Castilla y Portugal era la vasta “cuenca” del Río de la Plata. El resto, el gran arco amazónico, está todavía en formación, y por lo tanto representa más un confín virtual que una verdadera línea divisoria. Sus fronteras reales todavía se están gestando.
Volvamos al proceso de integración, actualmente en curso, entre los cuatro países sudamericanos. ¿Usted lo sitúa en el pensamiento ideal que comienza con la que ha llamado la generación del ‘900?
Sin duda. El proceso de integración retoma, prosigue y perfecciona las intuiciones de aquella generación. Continúa la tarea inconclusa de Bolívar, San Martín y Artigas. Ellos acuñan la idea de la Patria Grande en contraposición con las pequeñas patrias, cuyo destino inexorable sería el de empequeñecerse cada vez más.
Las iniciativas más importantes desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy son los esfuerzos, más o menos frustrados, de llevar a cabo una mayor integración. Se intenta de una manera y falla, se intenta de otra y logran algo, luego se entra en una fase de cansancio, luego se retoma el camino, y así siguen, dentro de un alternarse de resultados contradictorios que, vistos superficialmente, podrían desilusionar, pero si se los observa desde una perspectiva histórica, entonces se puede captar toda su capacidad transformadora.
Lo que estamos viviendo es un “interregno”, un período de transición entre el antiguo aislamiento en el que cada uno se recluía en su casa y el intento necesario de reunir las varias casas para ser una voz fuerte, que se escuche y que tenga peso en la historia común.
¿Usted no tiene dudas de que el camino de la historia latinoamericana conduzca hacia la integración, hacia la unidad del continente?
No, no tengo dudas.
¿Por qué está tan seguro…?
Porque ello obedece a una profunda lógica de nuestra realidad…
¿De que la integración sea benéfica para el conjunto de estas naciones?
Eso está por verse. Dependerá del perfil que asuma el proceso de integración. La unificación de América del Sur puede obedecer a tres tipologías distintas: la de ser un continente unificado a partir de los intereses de los Estados Unidos, la de serlo a partir de la hegemonía de Brasil sobre América del Sur, o la de unificarse teniendo como centro una equilibrada integración de las áreas hispana y portuguesa mestizas sudamericanas.
En el primer caso, el continente asumiría el aspecto de un gigantesco Puerto Rico; en el segundo asistiríamos a un camino hecho de avances y retrocesos, en una lucha perpetua entre potencias que aspiran a ser continentales. Además, un hegemonismo brasileño consolidaría la intervención de otros poderes extra-latinoamericanos. Sería un modo de mantener la actual disgregación. Sólo la tercera vía, de equiparación entre el conjunto hispanoamericano y el brasileño, llevaría a la comunidad nacional sudamericana.
¿Y entonces?
La viabilidad del proyecto de integración necesita dos socios equivalentes; sólo así será posible una fusión real. En la alianza argentino-brasileña confluyen, por una parte, el país más importante de lengua española, y por otra, el único país luso parlante del continente. La Argentina, mucho más que el Brasil, tiene necesidad no sólo de una buena estrategia en la alianza con su partner principal, sino también de una sabia y realista estrategia con los otros ocho países de lengua española. Es la única forma de que la Argentina puede representar un poder equivalente al brasileño. Sin una paridad real sería difícil construir una integración duradera.
Los países de América del Sur deben ser conscientes de que sus destinos dependen de la equivalencia de poder argentino-brasileña; la política de un país pequeño es verdaderamente inteligente si se orienta a apuntalar esta alianza, porque de esa manera se apuntala a sí mismo. La objetivación más significativa es que lo hispanoamericano concentre su equivalencia en Argentina. De esto era consciente Perón, pero en su país nadie más se le ha equiparado. Por ejemplo, la política de fondo de Uruguay, el país más pequeño del MERCOSUR, debe ser la equidistancia entre Brasil y Argentina, pero para ser equidistante Uruguay deber estar un poco más cerca de Argentina que de Brasil. A mi parecer, ésta es una regla general para todos los países sudamericanos de lengua española, que de otro modo quedarían en una posición de clara inferioridad con respecto a Brasil y, por lo tanto, no podrían realizar una integración con bases sólidas y duraderas.
¿Usted cree que estas tres hipótesis pueden colocarse en la misma línea de partida de este nuevo siglo?
Están alineadas. Cada una puede aventajar a la otra y tomar la delantera. Yo espero que se consolide cada vez más un centro autónomo sudamericano, formado por los países de lengua española y Brasil, de lengua portuguesa. Los nueve países sudamericanos hispanohablantes, en conjunto, tienen una población, recursos y extensión equivalentes a las de Brasil, por lo que las condiciones de integración son igualitarias.
En cuanto a Surinam y Guyana son cuestión ante todo del ensamble Brasil-Venezuela. Surinam y Guyana son dos pequeños países de reciente independencia de Holanda e Inglaterra. Ellos se han unido a la fundación de la Comunidad Sudamericana de Naciones (Cuzco, diciembre 2004).
¿Quiénes son y dónde están los adversarios de la integración latinoamericana?
Son los que sacan ventaja de una relación inarmónica en el intercambio económico-comercial entre zonas industriales y otras que no lo son o que lo son en escasa medida.
La relación comercial con Estados Unidos es asimétrica; a pesar de los esfuerzos realizados, los países latinoamericanos siguen siendo exportadores de commodities, productos agropecuarios, petróleo en algunos -pocos- casos: son todas materias primas, contra manufacturas de alta complejidad tecnológica. Los países industrializados fijan los precios de sus mercaderías de alta tecnología incorporada, subsidian sus producciones agropecuarias y así hacen dumping a los productos similares de América Latina. Hacen caer los precios o no nos compran y provocan, en consecuencia, nuestro fuerte endeudamiento, porque de otra manera no se les puede pagar. Así se mantiene el remolino de la deuda externa que nos ahoga.
¿Existen corrientes de pensamiento en América Latina que no sean favorables a la integración?
Por supuesto. Reflejan esa inercia intelectual que hunde sus raíces en la vieja fragmentación y que se expresa en la mayoría de los textos que utiliza el sistema escolar actual. Una visión localista que exalta “lo nacional” y que hasta lo opone a lo “sudamericano” y a lo “latinoamericano” impregna todavía la enseñanza primaria y secundaria en nuestras escuelas. La revisión de los libros de texto sólo está en sus comienzos.
Este hecho no hace más que reforzar la idea de que la educación es un nivel fundamental en un camino integrador.
Intente una comparación entre el modelo de unidad latinoamericana y los adoptados por la Comunidad Europea y Estados Unidos.
Los Estados Unidos nacen como mercado común de las colonias establecidas entre el Atlántico y la cadena de los Apalaches, donde se asentaba la población blanca. Forman los trece estados iniciales, con un centro federal que asume la representación internacional y la conducción de una economía estrechamente integrada, con impuestos aduaneros y tarifas comerciales comunes. Este núcleo originario se va expandiendo por los aportes migratorios que provienen de la otra orilla del Atlántico y empujan hacia el Pacífico.
Europa, en cambio, es un mundo interconectado por largos siglos.
América del Sur es una extensión inmensa colonizada mediante un movimiento que funda algunas verdaderas islas urbanas en enormes vacíos, más conectadas con España y Portugal que entre ellas mismas.
¿En el plano cultural?
La integración de América Latina tiene una base cultural fuerte y un tejido conectivo económico muy débil. El panamericanismo de Estados Unidos tiene una base económica fuerte pero carece de una realidad cultural unitaria. Es una observación que hizo Nicolás Spykman muchos años atrás, con palabras no muy distintas (Estados Unidos frente al mundo, F.C.E. México, 1942), pero puede servir como premisa para entender analogías y diferencias en los dos procesos.
El camino de la Comunidad Sudamericana de las Naciones se propone unificar cultura y economía; el camino del NAFTA tiende a confirmar la separación. El MERCOSUR apunta a realizar cada vez más una confluencia, una compenetración de cultura y economía, mientras el NAFTA especifica cada vez más su naturaleza de área de libre comercio apuntando a una mayor y más ágil circulación de los productos.
En apretada síntesis: el MERCOSUR nace de la convergencia cultural, el NAFTA de la divergencia cultural. Son dos puntos de partida distintos; por eso uno se autodenominó mercado común y el otro, área de libre comercio. La Comunidad Sudamericana de Naciones quiere vertebrar por dentro América del Sur; el ALCA mantiene la primacía oceánica sobre el desarrollo interno.
El proceso de integración latinoamericana debe vencer un aislamiento secular al revés de Europa…
A tal punto que hoy, el camino de unificación trazado en la cumbre peruana de Pampa de Quina, como ya señalamos, comienza con un aluvión de proyectos que se orientan a facilitar las comunicaciones infraestructurales entre país y país y entre grupos de países…
Pero tiene la ventaja de una mayor homogeneidad cultural…
El proceso europeo se las tiene que ver con veinte lenguas; el latinoamericano con dos, que nacen de una misma raíz: del latín vulgar del Imperio Romano en su fusión con la fonética indígena ibérica, de donde surgen el galaico-portugués, el castellano y el catalán.
España y Portugal formaron una unidad que constituyó el apogeo del primer imperio mundial entre 1580 y 1640. Después vinieron la separación y la decadencia que comentamos anteriormente.
¿Por qué debe interesarle a la Iglesia un proceso de unificación de América Latina?
Porque potencia su misión. Carriquiry, en su estudio sobre la América Latina contemporánea (Una apuesta por América Latina, Sudamericana, 2003) establece un nexo entre cultura católica e integración, de un modo convincente y no extrínseco. La sola observación estadística muestra que la mayor parte del pueblo católico diseminado sobre la tierra se concentra en América Latina.
Las fuerzas reales que operan en el mundo se reagrupan y delimitan en los estados y, en sentido analógico, en las iglesias. Las religiones están dentro del estado, salvo en el caso del Islam, donde se tiende a la unidad religión-estado. Poder significa la capacidad de determinarse a sí mismo y a otro. La relación recíproca entre la Iglesia y el poder detentado por el estado pasa a través de una influencia capilar que tiene innumerables formas de expresión.
Este razonamiento se aplica también a la perspectiva integracionista: potencia el poder y entonces potencia la misión de la Iglesia de influir sobre el poder del mundo. No me refiero al poder abstracto sino a esa potestad que hace que los pueblos tengan, de hecho, horizontes vastos, que no sean meras provincias. La historia documenta que los pequeños estados carecen de visión. Salvo excepciones. Y los pueblos sin visión, mueren.
Si un estado considera que el desarrollo y el progreso de la justicia están mejor asegurados por un proceso de integración, la Iglesia -que es parte del estado- está llamada a participar de ello en la forma y modos que le son propios. ¿Es esto lo que usted quiere decir?
La Iglesia, por su misma misión, tiene la obligación de valorar el bien y el progreso de los ciudadanos de una nación. El estado, a su vez, calcula las ventajas y determina las formas de la propia inserción en el concierto mundial de las potencias.