Está lloviznando en la villa, pero la vendedora de billetes de lotería no puede darse el lujo de permanecer en su casa sin hacer nada. La última jugada de la Lotería Nacional, la de la noche, es la más esperada. Hay un par de números que no salen desde hace dos semanas y sabe que venderá algún billete a pesar del mal tiempo. Ha cubierto su ropa de siempre con una bolsa negra de residuos, a la que ha hecho un agujero para pasar la cabeza y proteger el cuerpo del agua fastidiosa que moja todo.
La vendedora de billetes de lotería sabe dónde ir cuando llueve, conoce la villa al dedillo y camina con paso seguro hacia la carnicería del fondo, la de Ramón el rey de la carne. Y ya que está, echa un vistazo al pasillo de los enamorados. Conoce a los que viven en ese pasillo, quién está bajo esa chapa de cinc y cómo se gana la vida. Quién ocupa la casucha con el mural del Che Guevara pintado en la pared y de qué se alimenta en los días de la pandemia. Sabe cuáles son los apetitos más secretos de los últimos que llegaron, los que construyeron su barraca a la orilla del río de nombre bélico, Reconquista, que corre al borde del gran basural. Y sabe qué responder cuando le preguntan si es verdad que vendrá la policía a despejar la zona, como le escucharon decir al hijo de Santiago, el panadero.
Silba la vendedora de billetes de lotería, no hay mal tiempo que la desanime. Al que le pregunta, responde que el 60 saldrá en la próxima jugada y que el 79 vendrá después.
Que Carlitos dejó embarazada a la vecina, no es un secreto para ella. Tenía que pasar, solo era cuestión de tiempo. Dentro de poco también habrá otro hijo suyo en el fondo de la villa y tendrá que hacerle lugar. El bayo de Fidel, el mecánico, es un libro abierto. La vendedora de la suerte lleva siempre consigo hojas de melón y cuando lo encuentra dando vueltas por la villa se las frota en la panza. Está segura de que no hay nada mejor para los cólicos estomacales, tanto si son de hombre como de caballo. Es la primera en saber que Evandro, el albañil, hace dos días que está atrincherado en su casa con fiebre. Puede ser dengue, siempre hubo en esta zona y ella lo sabe, o puede ser la nueva peste que llegó vaya a saber de dónde. La mujer le prepara infusiones de hojas de enebro. Ella sabía que algo le iba a pasar la última vez que le leyó la suerte. Se la adivinó antes de la cuarentena, no puede decir que no. Y le dijo otra verdad: que al invierno le sigue la primavera, a los días de lluvia les sigue el sol y a las desgracias la buena suerte. Porque toda su vida adivinó la suerte y hay cosas que ella sabe.
Espera que también haya suerte para ella, un destino bueno para mañana, pasado mañana o al día siguiente, y que la peste hambrienta pase sin tocarla.