David Neuhaus es jesuita. Es israelí y profesor de Sagrada Escritura. Nació en Sudáfrica de padres judíos alemanes que huyeron de Alemania en la década de 1930. En el pasado, también fue vicario patriarcal del Patriarcado Latino de Jerusalén para los católicos de habla hebrea y los migrantes. “Vivo en una Tierra Santa que también es Israel y Palestina”, dice de sí mismo. “Estos tres términos identifican el mismo lugar, pero implican tres formas diferentes de vivir. Por mi parte, siento una vocación muy arraigada de vivir las tres”. Esta inmanencia hace que Neuhaus sea particularmente autorizado en las cosas que dice sobre el actual conflicto entre israelíes y palestinos, como en la entrevista que concedió a la Agencia Fides de la Santa Sede que proponemos a continuación el la versión publicada en el portal de España Religión Digital el 09.04.2024.
***
(Gianni Valente). En toda Palestina e Israel, en 6 meses de guerra, “es vergonzoso que nadie haya sido capaz de pedir cuentas a los que provocan la guerra”. Es lo que escriben los jesuitas en un comunicado publicado en Pascua sobre las atrocidades que ensangrientan Tierra Santa. El padre David Neuhaus, perteneciente también a la Compañía de Jesús, da testimonio de la fe de los cristianos de Gaza, que rodeados de tanta muerte y desesperación, proclaman con motivo de la Pascua que Cristo ha resucitado. En la entrevista concedida a la Agencia Fides, señala con nombre y apellido los muchos factores que contribuyen una vez más a derramar sangre inocente y dolor en la tierra de Jesús.
Jesuita israelí y profesor de Sagrada Escritura, David Neuhaus nació en Sudáfrica de padres hebreos alemanes que huyeron de Alemania en los años 30. El Padre David ha sido también Vicario Patriarcal del Patriarcado Latino de Jerusalén para los católicos de expresión hebrea y para los emigrantes.
-Padre David, el 2024, ¿qué tiempo de Pascua es para los cristianos de Tierra Santa?
-La Pascua de este año no es alegre. No podemos olvidar a nuestros hermanos y hermanas de Gaza, Cisjordania e Israel. Hay demasiado sufrimiento, demasiada muerte y destrucción en todas partes. Sin embargo, entre las imágenes más impactantes de esta Pascua están las de los cristianos de la parroquia católica de la Sagrada Familia de Gaza. Con una resistencia inquebrantable y una fe radiante, han celebrado las liturgias de Semana Santa y han proclamado que Cristo ha resucitado. Se necesita un enorme valor para estar al borde de una tumba abierta, rodeado por las ruinas de casi seis meses de bombardeos, ataques militares implacables y la realidad de tanta muerte, destrucción y desesperación humana, la sombra del hambre y la enfermedad, y gritar: “¡Ha resucitado! Su tumba vacía atestigua el fin del reino de la muerte”. Es desde ahí desde donde también nosotros debemos fortalecer nuestra esperanza de que las tinieblas darán paso a la vida, de que la muerte será vencida, de que llegarán la justicia y la paz.
-Hace algunos meses, la “solución militar” adoptada por Israel se presentó como una opción obligatoria para “erradicar a Hamás” tras la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre. Ahora bien, ¿lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza puede seguir justificándose por ese motivo?
-La ferocidad de la respuesta de Israel al 7 de octubre es sin duda en parte una reacción de extremo dolor y miedo. Muchos israelíes creen que están luchando por su supervivencia y comparan este atentado con los peores ataques sufridos por el pueblo judío en su historia, incluida la Shoah cometida por los nazis. Pero algunos israelíes y muchos miembros de la comunidad internacional se están dando cuenta de que los dirigentes políticos israelíes, en particular el primer ministro Benyamin Netanyahu y sus partidarios, ahora tienen un interés personal en la guerra. Netanyahu y su círculo íntimo saben que, cuando callen las armas, tendrán que enfrentarse a la gente que les exige que busquen a los responsables de los fallos que llevaron a Israel a no estar suficientemente preparado para lo ocurrido. Sin embargo, el lema “destruir a Hamás”, repetido tantas veces por el estamento político y militar israelí desde el 7 de octubre, nunca ha estado claro, ni siquiera al principio.
-¿A qué se refiere?
-Hamás es un vasto movimiento social, político y de asistencia social que también incluye un ala militar. Pero quizá más que cualquier otra cosa, Hamás es una ideología nacida de la desesperación, la ira y la frustración por el hecho de que el grito palestino de libertad, igualdad y justicia no haya sido escuchado durante décadas. Desde 1917, la voz hebrea no sólo ha sido escuchada, sino que ha recibido el apoyo decisivo de naciones poderosas. Los palestinos habrían tenido que ceder, quizás incluso desaparecer, para dejar paso a la soberanía hebrea. Hamás, que surgió en la década de 1980, ha dado voz a una resistencia airada y a menudo violenta contra todo ello.
Creo que la única manera de destruir la violencia, la ira y la frustración asociadas a Hamás es responder al clamor palestino de justicia. En lugar de ello, en nombre de una guerra “para destruir a Hamás”, decenas de miles de personas mueren, la Franja de Gaza se convierte en un desierto en ruinas, la realidad del hambre y las enfermedades campa a sus anchas. Todas estas cosas son poderosas razones para que la violencia, la ira y la frustración crezcan aún más.
-¿Cómo valora las reacciones internacionales y especialmente las de los países occidentales ante esta escalada?
-Desde el 7 de octubre, estos países se han solidarizado en gran medida con Israel. De hecho, los horrores de aquel día fueron absolutamente estremecedores: asesinatos, violencia gratuita de todo tipo, destrucción y el dramático secuestro de hombres, mujeres y niños, ancianos y jóvenes, tomados como rehenes. Los acontecimientos también fueron estremecedores porque nadie podía creer que el ejército y los servicios de inteligencia israelíes fueran sorprendidos por un ataque tan impactante.
Demasiados ignoraron lo que había sucedido antes del 7 de octubre, el contexto en el que se produjeron estos brutales ataques: el asedio de Gaza que ha convertido la Franja en una prisión al aire libre, la brutal ocupación israelí de los territorios palestinos desde 1967, la confiscación de tierras, la construcción de asentamientos y la asfixia de la vida social, económica, política y cultural palestina, y la continua discriminación de los ciudadanos árabes palestinos de Israel desde 1948.
La brutalidad de los ataques palestinos del 7 de octubre también impidió a muchos percibir inmediatamente la brutalidad de la respuesta israelí: las espantosas consecuencias de los bombardeos y las operaciones terrestres israelíes sobre los no combatientes, la total falta de proporcionalidad y la rienda suelta dada a las fuerzas más extremistas de la sociedad israelí para sembrar el caos en Cisjordania. Sólo en las últimas semanas los dirigentes políticos de los países que apoyan a Israel han empezado a expresar dudas sobre la campaña militar en curso y están ejerciendo presiones, aún débiles, para frenar a Israel.
-Los llamamientos y peticiones para detener la escalada parecen caer en saco roto. ¿De qué depende esta inutilidad e ineficacia? ¿Y cuáles podrían ser los instrumentos y métodos de presión más eficaces?
-La comunidad internacional, y especialmente los países occidentales, han ignorado con demasiada frecuencia a los palestinos, pensando que aceptarían ser relegados a los márgenes de la historia. Los denominados “planes de paz” recientes han ignorado a los palestinos, con el único objetivo de convencer a los países árabes de que normalicen sus relaciones con Israel: una normalización basada en el comercio, la colaboración militar, la hostilidad a Irán, etcétera. Poco antes del 7 de octubre, Israel esperaba alcanzar la cúspide de este proceso consolidando los lazos con Arabia Saudí, con el patrocinio de Estados Unidos. Este modelo de tratados se remonta a la década de 1970, cuando Israel firmó un tratado de paz con Egipto con la mediación de Estados Unidos. El 7 de octubre volvió a poner de actualidad la cuestión palestina, y es de esperar que las potencias trabajen ahora con mayor determinación para encontrar una solución a la cuestión palestina. Una solución que garantice a los palestinos los mismos derechos que a los israelíes, el derecho a la libertad, la igualdad y la justicia. Sin esto no puede haber paz.
-El Papa y la diplomacia de la Santa Sede son objeto de ataques por sus palabras sobre la guerra mundial a pedazos y sus llamamientos a la tregua, que son presentados como expresiones de “complicidad” con los enemigos. ¿Cómo ve y juzga estas presiones y ataques dirigidos contra el Papa y la Santa Sede?
-La voz del Papa ha sido constante y decidida desde el comienzo de esta fase del conflicto. En repetidas ocasiones, el Papa ha gritado que «la guerra es una derrota para todos». Más recientemente, en su mensaje de Pascua, ha añadido que «la guerra es siempre un absurdo». Desde los tiempos del Papa Juan Pablo II, se ha planteado la cuestión de si puede haber una “guerra justa” en tiempos de armas de destrucción masiva. Naturalmente, los países en guerra y quienes los apoyan no aprecian este mensaje que pone la vida humana por encima de ideologías políticas y supuestos intereses nacionales. El Papa Francisco insiste en señalar que la violencia en ambos bandos, israelíes y palestinos, ha provocado sobre todo la muerte de no combatientes, especialmente mujeres y niños. Los que pretenden que el Papa tome partido se sienten frustrados por su negativa a hacerlo, lo que ha enfurecido incluso al establishment israelí.
El Papa ha insistido repetidamente en que cuando hablamos de Israel y Palestina debemos abrir nuestros horizontes para incluir tanto a israelíes como a palestinos. Siempre se ha negado a ser cómplice de los que hacen la guerra. Más bien, insiste en que él también adopta una postura: está del lado de las víctimas de la violencia, de los que han muerto por los bombardeos y las operaciones terrestres israelíes, de los que han quedado heridos y sepultados bajo montañas de escombros, de los que tienen hambre y están heridos; está del lado de los que han perdido sus hogares y de los que han sido tomados como rehenes y languidecen en lugares oscuros de Gaza. Al proporcionar una gramática para hablar del conflicto, el Papa enuncia un lenguaje de “equi-cercanía”: la misma cercanía a los israelíes y a los palestinos que sufren las consecuencias de un conflicto que lleva latente más de cien años.
-¿Qué consecuencias podría tener la guerra de Gaza en el camino de la coexistencia entre confesiones? La tragedia que está ocurriendo en Tierra Santa, ¿no corre el riesgo de hacer que las palabras de diálogo y fraternidad parezcan idealismos y retórica alejada de la realidad?
-Desgraciadamente, el conflicto actual es sólo la fase más reciente de una larga guerra que dura desde hace décadas. Tal vez pareciera que las comunidades religiosas de Tierra Santa convivían, pero siempre ha sido una impresión bastante superficial por parte de quienes no perciben la herida supurante que sufren los habitantes de esta tierra. Gran parte del nacionalismo hebreo sigue alimentándose de los horrores de la Shoah. Todavía existe una profunda rabia, dolor y un sentimiento de traición por haber abandonado a los judíos a su suerte en aquellos oscuros años.
Gran parte del nacionalismo palestino se alimenta de los horrores de la Nakba, la catástrofe palestina de 1948, y del sentimiento de que fueron traicionados, de que estaban destinados a desaparecer para dejar paso a los hebreos. Ahora, en Israel/Palestina, hay siete millones de hebreos y siete millones de palestinos. Ha llegado el momento de que cada uno acepte al otro, de que se dé cuenta de que el otro está aquí para quedarse. Sólo esta base puede garantizar una vida compartida basada en la igualdad de cada persona, en la libertad de cada persona; igualdad y libertad son los componentes fundamentales de una justicia sin la cual no puede haber paz.
-¿Están influidas las decisiones políticas y militares tomadas en la guerra de Gaza por concepciones y pensamientos de carácter religioso “apocalíptico”?
-El conflicto en Israel/Palestina no es de naturaleza religiosa. Se trata más bien del enfrentamiento entre dos movimientos nacionales, ambos forjados en el mundo conceptual del nacionalismo europeo del siglo XIX. Sin embargo, ambos movimientos nacionalistas han recurrido a la apropiación, explotación y manipulación de las tradiciones religiosas para movilizar a Dios de su lado. Los textos religiosos se sacan de su contexto histórico y espiritual, ya sea la Biblia o el Corán, para hablar a nuestro presente. Este uso impío de la religión y las escrituras tiene poco que ver con Dios o los valores espirituales, y más bien glorifica la guerra y la muerte. Como hombres y mujeres de fe, debemos oponernos a este uso cínico de la religión. Desde la guerra de 1967, la visibilidad de la religión en el conflicto ha aumentado de forma desproporcionada.
La relectura del documento de 2019 sobre “La fraternidad humana para la paz y la convivencia en el mundo”, firmado por el papa Francisco y el jeque Ahmad al-Tayyeb, de Al-Azhar, resulta esclarecedora en este contexto: “Las religiones nunca incitan a la guerra y no solicitan sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son el resultado de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos de hombres de religión que han abusado -en ciertas fases de la historia- de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres para llevarles a hacer lo que no tiene nada que ver con la verdad de la religión, con el fin de alcanzar fines políticos y económicos mundanos y miopes. Por eso pedimos a todos que dejen de instrumentalizar las religiones para incitar al odio, la violencia, el extremismo y el fanatismo ciego, y que dejen de utilizar el nombre de Dios para justificar actos de asesinato, exilio, terrorismo y opresión”. Los rabinos, jeques y pastores de Israel/Palestina y de todo Oriente Próximo harían bien en reflexionar detenidamente sobre este párrafo antes de apoyar las campañas militares de los gobiernos bajo los que viven.