El día del décimo aniversario de Francisco, el diario vaticano L’Osservatore Romano publicó una edición especial titulada “Las palabras del Pontificado” en la que aparece también el artículo titulado “Poveri e scartati” que publicamos a continuación en español.
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(Alver Metalli) En una de las primeras entrevistas como papa, Bergoglio puso en evidencia hasta qué punto la perspectiva de los “descentralizados” era fundamental en su pontificado. Drogadictos, víctimas de la trata, inmigrantes, prostitutas y una larga lista de humanidad maltratada que había conocido de primera mano durante sus años en Buenos Aires. Lo explicó a una pequeña revista de barrio con un nombre extranjero, “Carcova News”, a principios de 2015. En esa entrevista anticipó uno de los conceptos que orientaría su visión en el futuro: la periferia. Dijo que a medida que nos alejamos del centro vamos descubriendo «otras cosas y, cuando miramos el centro desde estas nuevas cosas que hemos descubierto, desde estos nuevos lugares, desde estas periferias, vemos que la realidad es diferente». Afirmó que esta última se veía mejor desde los márgenes. «Al igual que la realidad de una persona, la periferia existencial, o la realidad de su pensamiento». En este caso se estaba refiriendo al conjunto de ideas de un individuo: «puedes tener un pensamiento muy estructurado pero cuando te confrontas con alguien que no piensa como tú, de alguna manera tienes que buscar razones para sustentar ese pensamiento tuyo; en el debate, la periferia del pensamiento del otro te enriquece». Ponía así de manifiesto una dimensión de su pontificado que ya había sido explícita en Argentina. Por ejemplo, cuando inauguró la primera casa de recuperación para drogadictos -que en el país sudamericano se llaman Hogares- el Jueves Santo de marzo de 2008, y lavó los pies a siete jóvenes que comenzaban un programa de rehabilitación de la droga en un populoso barrio marginal de Buenos Aires que acostumbraba a visitar.
Fue el comienzo de un proceso, como dirá en otras oportunidades, que desde aquel momento nunca se ha interrumpido, un proceso que ha multiplicado el número de casas de recuperación hasta doscientas y más en la actualidad. Porque esa preocupación de entonces por liberar a los que eran víctimas de la esclavitud de la droga, ha interceptado un problema grave y más extendido en los bolsones urbanos de marginación que en otras partes. Mientras tanto las casas, los hogares, han crecido por todos lados y atraen a miles de jóvenes. Con el tiempo han perfeccionado un método de tratamiento que consiste en pasos graduales dentro de una convivencia ordenada, con el apoyo de un equipo de especialistas en atención a las adicciones y fuertes vínculos con la comunidad de los barrios y villas de la que forman parte las casas de recuperación.
Estos hogares -los que ingresaron rotos y salieron recuperados, los miles de jóvenes que vieron la luz al final del túnel que los quería engullir- comenzaron en agosto de 2022 una peregrinación por Argentina que concluirá la víspera del próximo 13 de marzo en la basílica de Luján, corazón religioso y popular del país. La larga caravana ha recorrido ya cuatro mil kilómetros, ha tocado quince provincias, desde las tórridas del norte hasta las gélidas del sur, cerca de cuarenta ciudades, siete santuarios, cárceles, escuelas, barrios populares, comunidades aborígenes y hospitales, ha colmado plazas y campos deportivos para comunicar un mensaje más visual que razonado: que se puede salir de las garras de la droga. Como ya se oyó decir en la cumbre de la Iglesia latinoamericana en Aparecida, Brasil, en 2007, en la que participó Bergoglio y que según muchos comentaristas lo catapultó al pontificado.
Hubo algo profético en aquel momento, que caracterizará todo el curso del pontificado. La centralidad de la pobreza en la misión de la Iglesia, y de esas pobrezas que la sociedad moderna no ha hecho sino multiplicar. Vuelven entonces las palabras que dijimos al principio: trata, prostitución, emigración, droga. A esta última, la droga, a su difusión, al consumo, al drama de la drogadicción, los obispos de América Latina reunidos en el santuario brasileño (2007) reconocieron ya entonces la indudable calidad de pandemia, como la que azotaría el planeta quince años después. Una pandemia que, lo mismo que el covid, describieron “como una mancha de aceite que invade todo”, según afirma el punto 422 del documento final, que “no reconoce fronteras, ni geográficas ni humanas, y ataca por igual a países ricos y pobres, a jóvenes, adultos y ancianos, a hombres y mujeres”.